Con la crisis, muchos de nosotros nos hemos visto obligados a realizar trabajos que nada tienen que ver con lo que habíamos estudiado o para lo que nos habíamos estado preparando. Sin embargo, en algunos casos (y muchos de vosotros me daréis la razón), la vicisitud en la que nos hemos visto obligados a estar nos ha abierto nuevos caminos que, en mi caso, por ejemplo, ha significado un giro de trescientos sesenta grados, un lavado completo de cara y una nueva ilusión que, a base de estudiar, prepararme y muchísimo trabajo, estoy convirtiendo en mi rol de vida.
Sin embargo y a pesar de que la actividad a la que he decidido dedicarme por entero me exige muchísimo trabajo, constancia, temple, percepción, tacto, sacrificio, tiempo, sudor y lágrimas, no parece ser muy valorada por las personas que me rodean, que algunas veces se animan a contratarme (no con mucho entusiasmo al principio, aunque sí muy satisfechos al final) y otras veces repudian y censuran lo que hago sin conocimiento.
Y por desgracia, estos últimos, lo hacen sin ningún tipo de competencia, sin poner interés real en lo aconsejado y, sobre todas las cosas y la más importante, sin pensar en la vida del perro que -por desgracia- es el que sufre las consecuencias de la decisión, equivocada o no, de su dueño o dueña.
Os pondré dos claros ejemplos que me han ocurrido esta última semana y que, en medio de la más engañosa tristeza por la desconfianza y la incultura de estas personas, prácticamente me habían empujado al abandono de la firme idea de que TODO PERRO TIENE SOLUCIÓN, siempre que el dueño quiera que la tenga. Menos mal que he recuperado la cordura a tiempo y he podido constatar que ese ideal es cierto siempre que se cumplan las dos partes de la frase:
- Que exista un perro con problema
- Que el dueño quiera solucionarlo
Copiar no siempre es imitar
Los dueños me llaman para evaluar a un perro que presenta un problema de conducta en la calle. Hablamos de un can cuyos primeros meses de vida los ha pasado anárquicamente en la parcela de un chalet, haciendo y deshaciendo a su antojo.
Este perro, tras una evaluación concisa y minuciosa, resuelvo que necesita un tratamiento específico. Estimando el tiempo, herramientas, transformación y empeño, les indico el precio aproximado de su rehabilitación a los dueños, no sin antes una prueba patente de que el problema tiene solución: el perro realiza lo que le pido fuera de su entorno habitual.
Mi sorpresa es abismal cuando los dueños, embelesados de ver a su perro comportarse con normalidad y acatar mis órdenes sin obcecación, me aseguran que ellos serán los que intentarán marcar esas mismas directrices al can para prescindir así de mis servicios.
El trabajo dueño-perro es de dos
La dueña me llama para solucionar un problema de conducta en casa de su perro. Para certificar que el problema existe y es grave, incluso me envía fotos: imágenes de habitaciones destrozadas, resto de comida por el suelo, micciones y excrementos por todos lados,... ¡Una tragedia insufrible!
El perro, un sabueso de increíbles cualidades físicas y capacidades innatas para la caza, es como un torbellino de energía. Un Taz o Demonio de Tasmania salvaje y primitivo que parece casi un angelito ante mis ojos y un verdadero demonio ante su dueña.
Este can ya ha estado en manos de otros adiestradores que, aventurándose a probar con él métodos que no han dado resultados satisfactorios, más que ayudarle le han perjudicado. Debido a ello, la dueña, desconfiada y recelosa, me llama sin mucha esperanza de transformación.
Evalúo al can y le diagnostico un tratamiento que deberá ser firme, constante y, sobre todo, muy largo para que el perro se "cure" por completo. Para ello, la dueña debe cooperar conmigo y cumplir ciertas instrucciones, junto con su pareja con la que vive y que afirma no querer saber nada del perro. Sin su entera participación, la modificación de conducta no valdrá para nada.
Como ella tuvo malas experiencias con otros compañeros, me aventuro a afirmarle que no le cobraré nada hasta que ella misma vea resultados; siempre y cuando colaboren conmigo ella y su pareja y cumplan con las pautas que les marque. De otro modo, no lo haría.
Desgraciadamente, ella no da tanta importancia a la constancia ni a las instrucciones que debe llevar a cabo, con lo que tenemos una sesión cada diez o quince días (y eso con suerte) y los patrones que debería seguir no los ha cumplido. Indignada, asegura no ver cambios en su perro. Normal.
Fuente del saber
Adiestrar a un perro NO es tarea fácil. Hay que ser perceptivo y saber "leer" al can, conocer sus necesidades y el porqué de sus conductas. Si éste tiene un comportamiento negativo, hay que saber enfocar el origen de éste y adaptarlo a un tratamiento adecuado para su correcta rectificación. Como cada perro es DIFERENTE, cada solución también.
Nadie ha nacido siendo Adiestrador Canino. Es algo que se aprende, se estudia y se trabaja. Si, además, cuentas con un don que te favorece a la hora de conectar con los perros, la tarea de ayudarles se hace algo más fácil, pero no por ello obvia.
Yo tengo ese don (eso dicen), pero además me he preparado y me sigo preparando. Sigo estudiando a diario, asisto a seminarios y cursos de docencia, incluso imparto clases cuando me lo solicitan. No dejo de leer libros relacionados con la materia que me han hecho contrastar opiniones y puntos de vista diferentes a los que yo tenía. Pero, sobre todo, trabajo mucho con perros, muchísimo. Es la mejor manera de aprender.
Una vez, un cliente afirmó que aprendía mucho observándome. Le contesté que yo aprendía mucho de cada perro y dueño. ¡Y es verdad! Como cada can es distinto, cada terapia también. Hay que ser imaginativo, resolutivo y eficiente. Hay que tener en cuenta que estamos hablando de un animal y no de una máquina. Y hay que tener en cuenta que el perro ha de divertirse y disfrutar de la terapia, igual que nosotros. De otro modo, todo sería una pérdida de tiempo.
No, señores, no se equivoquen. Adiestrar a un perro no es tarea fácil. Hay que ser constante, firme, paciente, persuasivo, sensible y perceptible. Hay que amar a los perros, pensar en ellos e, incluso, como ellos.
Pero también hay que entender al dueño. Él es una herramienta fundamental en la educación de su mascota. Una herramienta constante y vital que siempre está ahí y que el can toma como referencia, y que a veces no sabe qué dirección tomar o cómo tomarla. Para eso estoy yo ahí, para ayudarle.
No nos equivoquemos. Saber adiestrar a un perro no se aprende en un día viendo la televisión o leyendo un libro, así como adiestrar a un perro no se consigue en un par de horas.
Tengo pasión por los perros. ¡Les adoro! Cualquiera que me conozca puede certificarlo. Mi vida siempre ha estado rodeada de canes y siempre estará rodeada de ellos. Aunque mi profesión implique trabajar con los perros de otras personas, para mí ellos siempre serán mis perros también. Por eso siempre hablo de mi gran familia. Por eso les trato como si fuesen míos. ¡Adoro mi trabajo!
"Si quieres un buen perro, no te la juegues"
Ángel Álvarez
No nos equivoquemos. Saber adiestrar a un perro no se aprende en un día viendo la televisión o leyendo un libro, así como adiestrar a un perro no se consigue en un par de horas.
Tengo pasión por los perros. ¡Les adoro! Cualquiera que me conozca puede certificarlo. Mi vida siempre ha estado rodeada de canes y siempre estará rodeada de ellos. Aunque mi profesión implique trabajar con los perros de otras personas, para mí ellos siempre serán mis perros también. Por eso siempre hablo de mi gran familia. Por eso les trato como si fuesen míos. ¡Adoro mi trabajo!
"Si quieres un buen perro, no te la juegues"
Ángel Álvarez
No hay comentarios:
Publicar un comentario