El 90% de las razas fueron creadas para trabajar. Pero el convertirlas en mascotas de compañía ha masificado su comercio, con graves consecuencias para su salud física y mental.
Los canes no siempre fueron víctimas de la moda. Inicialmente, se criaban por funcionalidad, pues cumplían roles útiles, y se solía imitar la selección natural, que hace a los lobos tan aptos para adaptarse a su entorno. Así, los perros que hacían bien su trabajo, ya fuera cazar o vigilar, eran cruzados con otros perros que también trabajaban bien. Y a través de ese proceso se desarrolló la cría moderna.
Los canes no siempre fueron víctimas de la moda. Inicialmente, se criaban por funcionalidad, pues cumplían roles útiles, y se solía imitar la selección natural, que hace a los lobos tan aptos para adaptarse a su entorno. Así, los perros que hacían bien su trabajo, ya fuera cazar o vigilar, eran cruzados con otros perros que también trabajaban bien. Y a través de ese proceso se desarrolló la cría moderna.
Pero a mediados del siglo XIX, todo cambió: para la clase media victoriana los perros se convirtieron en adornos, y el criarlos, en un hobby. Intentaron perfeccionar las razas ya existentes, y crear otras nuevas. Mas el objetivo ya no era mejorar la función de una raza, sino lograr una apariencia física determinada.
Es así como surgen los eventos caninos donde se escogen los mejores ejemplares de cada raza. Pero estos “concursos de belleza”, al igual que aquellos a los que son sometidas las mujeres, nada tienen que ver con su salud y bienestar, pues sólo responden a ridículos juicios humanos.
Existe una organización que dicta “las pautas de la moda” para estos concursos, el Kennel Club, que además lleva un registro del linaje de los perros de raza pura, para su acreditación (pedigrí). Este pedigrí viene siendo como el apellido para los godos, o el título para los monarcas.
El problema es que muchas razas tienen pocos ancestros, y en consecuencia, sus ejemplares de hoy en día son entre 10 y 100 veces más endogámicos que nosotros. Un estudio reciente en 10 razas distintas, encontró que sólo un 10% de los genes que tenían hace 40 años sobrevivió hasta la actualidad. Algunos creen que la cruza entre animales emparentados puede ayudar a eliminar debilidades o reforzar rasgos nuevos, pero la verdad que la endogamia tiene un efecto catastrófico en el sistema inmunológico, y finalmente se verá afectada la fertilidad, poniendo en riesgo al existencia misma de las razas.
Es por esto que cada raza posee problemas de salud característicos, algunos menores, otros no. Se conocen 500 enfermedades genéticas de perros, y aunque son menos que las del hombre, la tasa de individuos afectados es mucho mayor. De hecho, una de las grandes ironías de la cría de perros con pedigrí es que, después de años de cruza selectiva y de todo un discurso para sustentarla, resulta que, en promedio, el perro mestizo (cacri, yuso), es más saludable y vive más tiempo.
Sin embargo, seguimos prefiriendo los perros de raza, y despreciando a los mestizos. Así como usar ropa de marca, tener el último celular o comer en un sitio caro, los perros de raza son parte del “estar a la moda”. Escogemos entonces a nuestra futura mascota únicamente por su apariencia física y su valor monetario, en lugar de evaluar nuestra capacidad y disposición real para satisfacer las necesidades del animal y aquellas propias de su raza.
A medida que aumenta el poder adquisitivo de una población impulsada por el consumismo, el comercio de razas prospera y, con él, la endogamia. Cada vez habrá más perros padeciendo enfermedades, y cada vez habrá más animales confinados a apartamentos y jardines, frustrados sus instintos naturales para cazar, pastorear, explorar, cavar...
Los hemos convertido, pues, en una mercancía. El perro sólo vale lo que cuesta, o lo que pueda generar más adelante al sacarle cría. Y ello quiere decir que el perro mestizo no vale nada. Mientras florece el comercio de razas, proliferan los animales sin hogar: el “desecho” es proporcional al consumo.
Vemos entonces cómo las personas buscan constantemente congéneres dignos para cruzar a sus perros de raza, en tanto una perra mestiza embarazada será seguramente abandonada o envenenada, o sus crías una vez nacidas serán ahogadas: eso es racismo, clasismo. Del mismo modo, los dueños de canes _sean puros o mestizos_ aceptan esterilizar a sus mascotas hembras, pero se niegan a castrar a los machos: o sea, machismo.
Es cierto que los estándares bajo los cuales se evalúa la pureza de las razas deben cambiar, para trascender lo meramente estético y centrarse en la salud del animal. Las razas de trabajo deben desaparecer de las ciudades y limitarse a aquellos lugares que permitan su sano desenvolvimiento. El comercio de razas, en caso de seguir existiendo, debería estar ajustado a esas dos directrices y, además, procurar que cada cachorro sea entregado a una persona que pueda cubrir sus necesidades reales. Pero el verdadero problema va más allá de esas “mejoras”, pues los animales sin hogar continúan siendo un crudo reflejo de cómo estamos actuando como individuos y como sociedad.
Fuente: http://www.aporrea.org/
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