Atravesaba la carretera. Cojeaba. Paramos el coche para dejarlo cruzar. Y me miró. Me miró como solo lo hace un perro abandonado. Y me atravesó el alma o los huesos o lo que atraviese la mirada de un perro que ha sido abandonado. Era un perro de caza. Como cualquier perro de caza: flaco, esbelto y de mirada triste. Los perros de caza siempre tienen triste la mirada. No era el primero ni el último que veíamos esta temporada. Los cazadores los abandonan cuando ya no huelen ni rastrean ni cogen a sus presas. Son perros para cazar y luego morir de tristeza. Los torturan, los hieren, los mutilan, los encierran en cajones hacinados unos sobre otros y, al llegar a las zonas de caza, los sueltan y los hacen correr, capturar, vencer... Y si ya no corren o pierden el olfato o se niegan a buscar una presa, les cortan las patas o los vapulean hasta morir o los cuelgan de los árboles atados a una pata o los ahorcan o los dejan al borde de los caminos para que se me rompa el corazón año tras año. He visitado un centro de Sevilla donde recogen galgos y podencos y puedo asegurarles que nada hay más desolador que el espectáculo de esas criaturas que se esconden al verte y tiemblan de pavor o se mean de miedo en una esquina cuando es un hombre el que se acerca a la jaula. Han sufrido tanto que no podemos hacernos una idea de cuál es el horror que han vivido.
No entiendo esa crueldad. No concibo que puedan existir seres humanos capaces de cometer semejantes salvajadas con otro ser vivo. ¡Es tan fácil dejarlos morir en paz con una simple inyección si es que están heridos o inútiles! Precisamente ellos tienen esa suerte: no existen leyes que les impida tener una muerte digna. ¿Para qué entonces, torturarlos de esa manera cuando no hay nada que obstaculice el poder dormirlos y que dejen de sufrir?
Puedo poner objeciones a la caza y dejar que me contradigan los buenos cazadores; puedo soltar discursos sin fin sobre cacerías y crueldades varias y permitir que vengan los aficionados y me digan las ventajas de la caza y las razones para llevarlas a cabo, etcétera, etcétera. Pero nadie, nadie de este mundo, podrá defender la crueldad humana contra los animales como algo natural y equilibrado. Me pregunto por qué lo hacen. Y las respuestas me acompañan el resto del viaje mientras vuelvo la cabeza para ver si nos sigue. No, no nos sigue por suerte para mí porque, si lo hiciera, volvería atrás para recogerlo y seguiría llenando la casa de animales tristes. Y ya tengo demasiados.
Miembro del Consejo Editorial de la opinión de Tenerife.
Fuente: http://www.laopinion.es/
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