viernes, 2 de noviembre de 2012

Dar el salto...

Galleta. Propiedad de La Tiri

El último perro que tuvimos en casa de mis padres, estando yo ya en la edad del pavo (29 años), fue un perro sin raza definida que cogimos de la calle. Tenía una pata rota, un soplo al corazón, un puñado de dientes llenos de sarro y una pila de años y, ya operado de la pata, seguía cojeando “por costumbre”. Sufría una halitosis brutal. Tenerlo en el regazo era como estar haciendo mimos a una mofeta. 

Su alma de guardia civil y su ancianidad, hacían que su mayor actividad en la calle fuese sentarse en las aceras a ver pasar los coches.

El caso es que, con esta experiencia, cuando me fui a vivir sola, me prometí que nunca jamás tendría perro. Al año ya tenía uno.

Fue así a lo tonto, que si mientras me tomo un café echo una ojeada a un correo de un refugio, que si “¡Huy! Qué cachorro más mono”, que si ya sabes lo que implica tener un perro, que si le salvo de un futuro incierto para darle una muerte lenta y dolorosa a base de besos y achuchones, que si ignoras a tu jefe porque ya te ves en una verde pradera lanzando un frisbee…  y ¡zas! Cruce de Shar Pei, tamaño mediano, mes y medio de edad.

Llamo, me interrogan, firmo el contrato y al mes me lo mandan. Cuando llega a casa, veo que con un mes ya es del tamaño de un Shar Pei adulto y aquello me parece que va a dejar de ser de tamaño mediano en aproximadamente quince minutos. Efectivamente, a los tres días de estar en casa y después de dejarle los dos riñones al veterinario para salvar al animal de un posible parvovirus, parece que se ha comido dos palets de anabolizantes y aquello crece sin mesura.

He de decir que los del refugio, obviamente, no tenían la culpa de nada. Les dejan los pobres animales en la puerta, en una caja. Saber de qué raza son, o la edad que tienen, es un trabajo puramente especulativo. Intentan acercarse todo lo posible a la realidad, pero si tú no eres capaz de saber si un bebé va a salir al padre o a la madre, ni lo que va a pesar con dos años, difícilmente le podemos pedir a nadie que nos dé el árbol genealógico del cachorro desconocido.

Y a pesar de todo esto, desde la destrucción de la primera de mis pantuflas, que fue a los 20 minutos de estar en casa, supe que no querría separarme nunca jamás de aquel tsunami peludo.

Si os decidís a adoptar, mi recomendación es que, si queréis un cachorro, seáis conscientes de que te puede salir cualquier cosa y, si no estáis dispuestos, adoptad un perro adulto y no viviréis con la incertidumbre de si va a salir Lassie o un Critter. En mi caso fue Critter.

*La Tiri es escritora, tuitera y bloguera


Agradecimientos a Nuria (La Tiri) y a Galleta (su perrita) por esta historia que nos ha hecho vibrar conmovedoramente el corazón, y a The Pets Journal, por la publicación de esta historia en su blog.

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