sábado, 4 de octubre de 2014

¿Están bien cuidados los perros de caza?

 
Hablamos de una profesión hoy en el olvido, que no requería titulación, pero sí experiencia y grandes conocimientos. Los maestros rehaleros eran personas que, en el medio rural, se encargaban del mantenimiento y cuidados de los perros de caza, especialmente de las jaurías y rehalas empleadas en la montería y que sólo se empleaban en una reducida época del año.
 
Cuidar, atender y hasta mimar a los perros de caza era, y debería seguir siendo, uno más de los deberes de caballerosidad que necesariamente han de acompañar las prácticas venatorias. Ni puede llamarse cazador quien no respete escrupulosamente las vedas, ni quien no cuide con el mayor esmero a sus perros de caza. Así de claro y así de sencillo.
 
El comentario viene a cuento de la reciente incautación por parte de la Guardia Civil, en la localidad madrileña de Villa del Prado, de 54 perros que al parecer formaban parte de una jauría empleada para la caza, y que se mantenían en condiciones deplorables. Una sola persona ha sido imputada como presunto responsable de maltrato animal y deberá enfrentarse a tal responsabilidad, amplificada por las declaraciones de "El Refugio" que anuncia su intención de personarse como acusación particular.

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Insiste dicha asociación en los repetidos casos conflictivos en que se ven implicados los responsables de perros de caza en el medio rural, evidentemente con razón, pero también con el peligro de generalización y extensión de la culpa a quienes cuidan correctamente a sus ejemplares. La principal conclusión es que, de manera semejante a lo que sucede con los furtivos, deben ser los propios cazadores quienes denuncien a quienes no cumplan la regla de oro de ser fieles al cariño de sus perros.

Animales especialmente cariñosos

La mayor parte de las razas caninas conocidas y criadas en España pertenece al grupo de los llamados Bracoides, del que sería fiel biotipo un perdiguero, un setter o un pointer. Los bracoides no son solamente hábiles cazadores con un prodigioso sentido del olfato, sino también, una vez reconvertidos, maravillosos animales de compañía, siempre que disfruten de tres largos paseos diarios con recreos para correr o para jugar con una pelota.
 
De todas formas el instinto es el instinto, de manera que resulta muy curioso ver como en el parque, si el perro tiene la oportunidad de preceder a su amo unos metros en el paseo, batirá el terreno en zigzag para levantar imaginarias presas. Tampoco hay que descartar que el olor de una ardilla o una paloma le lleve a ralizar una espectacular "puesta", como se conoce en el argot venatorio la inmovilidad con que el perro se detiene, dejando incluso una pata en el aire, tan pronto como su extraordinario olfato le da cuenta de la presencia de una pieza.
 
Desde el punto de vista técnico podemos dividir el grupo de los bracoides en dos grandes apartados: los continentales, como los perdigueros, espaniels, pachones, etcétera, y los británicos, a su vez repartidos entre los de pelo corto, o Pointer, y los de pelo largo, o Setter, éstos con las variantes Laverack (inglés), Iris (irlandés) y Gordon (escocés). Todos son inteligentes, nobles, absolutamente inofensivos con las personas y dulces y obedientes en la vida doméstica. Sólo una exigencia: el ejercicio diario.

Dejando aparte las habilidades propias de la especialización de cada raza, no dejemos de considerar la belleza de estos perros, de grandes orejas caídas, mirada especialmente transmisora de nobleza y proporciones atléticas en la generalidad de su estructura. Todas estas características los hacen aptos hasta como perros "de lujo", pero es cierto que en la actividad venatoria se muestran como pez en el agua.
 
Los perros cazadores bracoides no suelen ser protagonistas de noticias tan lamentables como la que comentamos: el inhumano mantenimiento en instalaciones inadecuadas y la aglomeración de animales en espacios insuficientes.
 
Generalmente un cazador tiene uno o varios de estos perros y cumple con todas sus obligaciones. Hay que buscar el origen del problema en otros medios, y en este sentido es especialmente vulnerable el entorno rural donde algunos suministradores de ejemplares para montería, mantienen jaurías de perros que sólo son útiles durante la temporada y que causan muchos más gastos que ingresos. En este terreno rozamos el peligro.

Hace décadas, las jaurías estaban todo el año bajo el control de un "maestro rehalero", una figura que sin duda hay que reivindicar. El maestro conocía y sabía cómo cuidar personalmente a todos y cada uno de los ejemplares y comunicaba con el veterinario cuando alguno se encontraba enfermo. El abandono del campo y la masificación de la caza en algunos lugares fue acabando con este oficio, sin duda bello, con el consiguiente riesgo para el bienestar de los animales.
 
Villar del Prado, en Madrid, ha sido fuente de una noticia que no quisiéramos volver a leer nunca más. Desatender los perros de caza es la mayor bajeza a que puede llegar quien practica esta actividad, y si el cazador delega en personal auxiliar para el cuidado y mantenimiento de los animales, es de esperar que vigile con celo para que éstos gocen del trato que merecen.
 
No entramos en este artículo en el tema de los galgos y podencos, los llamados perros graioides. Reconociendo que el abandono o sacrificio de centenares de ejemplares no aptos para la caza ha sido un hecho tan lamentable como probado durante años, parece que los buenos galgueros, que son muchos, van imponiendo su ejemplo a quienes sólo merecen ser denunciados y sancionados.
 
Seguramente no podemos pretender la erradicación total e inmediata de los actos de barbarie, pero sí, al menos, una mejoría progresiva, y ésta parece que se va produciendo.
 
El caso de Villar del Prado queda para la vista judicial y hasta entonces habrá que esperar, pero la Federación y los cazadores deberían ser los primeros en interesarse y dejar su buen nombre a salvo apartándose de estos desaprensivos.
 
 
 

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