miércoles, 1 de enero de 2014

Una Navidad de perros

El perro guardabarreras de Montserrat saludaba a los viajeros que llegaban con el cremallera a mediados del siglo pasado. / Louis Roisin
 
Dicen que con la crisis han caído las adopciones de animales domésticos. Aunque se permita entrar a las mascotas en el metro, las perreras están saturadas y al borde del colapso. Como en tantas otras cosas, el destino de estos seres casi humanos también nos explica el momento actual. Los perros están tan cerca de nosotros que nuestra historia termina confundida con la suya. A mediados del siglo XIX hubo varios perros famosos que respondían al nombre de Leal, la versión autóctona era un perro pachón que una noche, repeliendo a unos ladrones que habían invadido su casa, recibió una cuchillada en el cuello mientras defendía a su dueño, ambos resultaron gravemente heridos y su domicilio saqueado.
 
Cinco años más tarde, mientras paseaban cerca de la catedral, el perro se abalanzó repentinamente sobre un desconocido, al que inmovilizó agarrándolo por el cuello. Éste, creyendo estar en peligro mortal, confesó ante la policía que era quien un lustro atrás había agredido y robado al propietario de Leal.

 
Pero la estirpe de aquellos mastines heroicos se extinguió, y a finales de aquel siglo apareció otra raza de perros destinados a entretener públicos de toda especie. Ese fue el caso de Mister Rassié, que en 1911 recorría los escenarios de medio país con su perro Leal, al que se describía como equilibrista, saltarín y cómico. El nombre todavía conservaba parte de su antiguo esplendor, y en 1912 se estrenaba la película Max y su perro Leal en el Cinematógrafo Belio-Graff de la Rambla. Leal era el nombre del perro de Tom Mix en su versión española (al pobre caballo le pusieron Malacara). Pero el origen de estos canes artistas hay que situarlo a mediados del siglo XIX, con la aparición de los perros filarmónicos.
 
 
El más famoso de estos animales melómanos acudía en 1844 a todos los conciertos que se hacían en el teatro Principal y gruñía si un espectador hacía ruido, o abandonaba ruidosamente la sala si el espectáculo no era de su agrado. Se hizo tan famoso que le dejaban entrar en todas partes. En una ocasión un violinista interpretó un vals para esta fierecilla anónima, y el can emocionado le lamió las manos erguido sobre sus patas traseras. Se cuentan peripecias semejantes de otro mastuerzo en la década de 1870, que se convirtió en uno de los personajes más populares de la Rambla finisecular. Se le conocía como Don Bartolo, seguía a las bandas de música y asistía a los conciertos públicos en la Rambla o en el Paseo de Gràcia (más curiosa era la famosa araña melómana de Bruselas, que en 1886 asistió a los tres conciertos del pianista ruso Anton Rubinstein sentada sobre su piano). En Madrid, en cambio, triunfaba el célebre perro Paco, que saltaba al ruedo para atacar al toro y cuyo cadáver fue disecado en 1882 por el doctor Severini (la editorial Rivadeneira llegó a publicar unas memorias autobiográficas tituladas Perro Paco).
 

Los inicios del siglo XX fueron el gran momento para los canes melómanos, no había circo que no tuviese un número de perrito músico que interpretara una canción. Muchos chuchos se enrolaron en grupos circenses, como el perro cantante de Mister Raphael en el Circo Colón, o Mister Perreros y su animal que en 1909 tenían un gran éxito en la sala Imperio de la calle Diputación. Entre 1921 y 1923 triunfó en el Paralelo la Troupe Ibérica, que en el teatro Barcelonés exhibía al perro cantante Mister Chiquitín (en esta compañía debutó el gran Alady, uno de los artistas más conocidos de la avenida). Pero en los años treinta la función del perro da un giro, y los cánidos caen bajo el influjo del radicalismo político. En 1936 se hacía famoso el sabueso Schimmel, un agente perruno de la policía en el Berlín nazi que cautivó la atención de los lectores de prensa, pues él solito había localizado a los autores de ocho asesinatos.
 

Al comenzar la guerra civil, la mascota más querida de Barcelona era León, el fiero perro miliciano que hacía guardia junto a su amo en el frente de Aragón. Desgraciadamente, el conflicto terminó con la desaparición de una perrita llamada Lulú en la plaza España, extraviada días antes de que entrara en Barcelona el ejército franquista. La posguerra significó el retorno del perro músico, entonces el can más popular de la ciudad se llamaba Marilyn, la irritante caniche alter ego de la marionetista Herta Frankel. Eran tiempos tan austeros que no daban ni para perros de verdad, y había que conformarse con aquel muñeco que actuaba cada noche en el teatro Cómico o en el Español, convertido en una de las principales atracciones de la compañía Los Vieneses de Artur Kaps y Franz Johan. Uno de los últimos perros famosos fue la saga del guardabarreras de Montserrat, el de la imagen pertenece a una postal del fotógrafo francés Louis Roisin. Todos los animalitos que saludaron a los viajeros del cremallera (una treintena) sujetaban un cartelito que ponía Ku-Ki (si se les echaba una moneda giraban el letrero y se podía leer Bo-Bi). El servicio se cerró en 1957 y allí quedó el último guardabarrera y su mascota, hasta que 25 años más tarde ambos desaparecieron misteriosamente y jamás se les ha vuelto a ver.
 
 
Hoy los perros cantantes ya no son personajes populares, sino efímeras estrellas de Youtube. En estos malos tiempos para la lírica que corren, el último chucho en hacerse famoso por estas latitudes fue Scott, un pastor alemán que saltó a la fama en 2011. Este animalito es un agente de la policía municipal de Barcelona, especializado en detectar droga en escuelas, institutos y mercados, y dar el chivatazo. Desde 1978, en el jardín zoológico hay una estatua dedicada al perro abandonado, al animal en paro como su dueño, hoy convertida en triste reflejo del decadente sistema que nos toca vivir.
 
 
 

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