Los abrigos para perros son comunes en invierno. Fuera de discusión queda su dudoso estilo, que hace que algunos dueños prefieran ahorrarles la humillación a sus mascotas, pero lo cierto es que estas prendas perrunas son más necesarias de lo que pueda parecer.
Cuestión de tamaño
Y es que hay una relación clara entre la pérdida de calor y el tamaño, ya que los animales más grandes tienen una menor superficie en proporción a su volumen por la que perder calor. “La distancia de cualquier célula del interior del cuerpo a la superficie es mucho mayor que en un animal pequeño”, explica Alonso. Esto afecta a la pérdida y la ganancia de calor, por lo que la temperatura de un chihuahua se equilibra con el medioambiente “mucho más rápidamente” que la de un dogo argentino.
Los animales, evidentemente, pasan frío y calor. “Tienen los mismos termorreceptores que nosotros a la hora de notar el frío y el calor”, explica a Teknautas el investigador de la Universidad Complutense de Madrid y experto en fisiología animal, Ángel Luis Alonso. La diferencia se encuentra en que el pelaje del resto de mamíferos “sirve de aislante”.
Por este motivo, muchos mamíferos están mejor preparados para soportar el invierno que el ser humano, que depende de su habilidad para confeccionar tejidos y refugios. Uno de estos ejemplos se encuentra en el antecesor de los perros, el lobo. El antagonista de Caperucita Roja posee un denso pelaje que le protege del clima adverso de bosques, montañas e incluso tundras.
En este caso, ¿cómo es posible que su pariente doméstico pueda necesitar un horrible abrigo para protegerse del frío y la lluvia? Tanto el lobo como el perro se clasifican dentro de la misma especie, Canis lupus. Pero la diferencia entre uno y otro son miles de años de domesticación.
“Las razas de perros son productos del hombre que nada tienen que ver con la adaptación a la naturaleza”, asegura Alonso. Y es que nuestros mejores amigos son fruto de la selección artificial humana, que no siempre ha buscado animales fuertes y resistentes, sino simplemente simpáticos compañeros.
Por supuesto, esto no evita que existan canes más grandes que los lobos, como el mastín, o con un pelaje preparado para las condiciones más frías, como el husky siberiano. Muchas razas de perros, utilizadas para la caza y el pastoreo, exhiben una buena adaptación al medio. Son aquellos capaces de sobrevivir en la calle, y que no desaparecerían si el ser humano se extinguiera, tal y como explica Alan Weisman en El mundo sin nosotros.
Otros casos, como los chihuahuas y yorkshires, no están preparados para vivir sin sus dueños. Ni tampoco han evolucionado para protegerse de, por ejemplo, temperaturas extremas.
No se trata sólo de una cuestión evolutiva. Los animales más pequeños pierden calor –y lo ganan– con mayor rapidez que los grandes por una simple razón física, la relación superficie-volumen. “Los más pequeños tienen menos superficie en proporción por la que perder calor”, explica Alonso.
Y es que hay una relación clara entre la pérdida de calor y el tamaño, ya que los animales más grandes tienen una menor superficie en proporción a su volumen por la que perder calor. “La distancia de cualquier célula del interior del cuerpo a la superficie es mucho mayor que en un animal pequeño”, explica Alonso. Esto afecta a la pérdida y la ganancia de calor, por lo que la temperatura de un chihuahua se equilibra con el medioambiente “mucho más rápidamente” que la de un dogo argentino.
Esta sencilla explicación física provoca que los canes más pequeños tengan más problemas que los grandes a la hora de mantenerse calientes en invierno. A esto hay que sumar que algunas razas ni siquiera cuentan con un buen pelaje que les aísle del exterior.
Por este motivo existe una tendencia a que los animales sean más grandes en las zonas frías respecto a sus parietnes de lugares cálidos. “El oso polar es el más grande de la familia, mientras que los que viven más cerca del ecuador como el malayo son más pequeños”, explica Alonso.
Un abrigo no implica dominancia
Aunque sea un error caer en el antropomorfismo, los perros tampoco son tontos. “Muchas señales de dominancia implican contacto físico, pero el contexto y las zonas del cuerpo implicadas son diferentes”, explica el investigador de la Universidad de Valencia y experto en comportamiento animal, Enrique Font, que no cree que el animal relacione un abrigo con la dominancia.
Font considera que muchas de las afirmaciones de Horowitz, la científica que se opone a estas prendas, son correctas. Por ejemplo "la crítica a la humanización a la que sometemos a los animales domésticos y la necesidad de comprender cómo perciben los animales el mundo desde su perspectiva y no desde la nuestra".
Sin embargo, opina que la autora cae en el mismo error que crítica al pensar que los perros se quedan inmóviles cuando se les pone un abrigo porque se sienten dominados. “Podría ser porque se encuentran sorprendidos o incómodos, o que no entiendan lo que sus dueños esperan de ellos”, explica.
Considerar a los animales como seres humanos es una exageración, como demuestra la proliferación de peluquerías caninas. Pero lo cierto es que, según los datos de los que disponen fisiólogos y veterinarios, abrigar a nuestras mascotas más pequeñas no es ningún error. Quizá se podría mejorar el estilo de estas prendas perrunas, pero eso ya es cuestión de gustos.
Fuente: http://www.elconfidencial.com/
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