sábado, 15 de febrero de 2014

Un día de perros...

 
Lo confieso: hoy he tenido un momento Paris Hilton. Y me odio por ello. Pero mi perro, que es monísimo y todoloquetúquieras, pero estaba hecho un rastafari, necesitaba urgentemente un corte de pelo. Buscando en Groupon una peluquería canina asequible, he encontrado un ofertón de la Barkery de Corona del Mar, al sur de LA.

Por 34 pavos (25 leuros) Baloo ha recibido el tratamiento platinum que incluía baño con champú y acondicionador, secado y peinado, manicura canina, limpieza de patitas, orejas y glándulas (mejor no entrar en detalles), corte de pelo, perfume (dice mi chico que ahora el chucho “huele como un putón”), limpieza de dientes, mascarilla de arándanos y un cupcake para merendar.

Ahora entederéis el por qué de mi momento “rica heredera”… ¿Mascarilla de arándanos? ¿Cupcakes? Tiene delito la cosa, sobre todo teniendo en cuenta que a mi perro lo que más le gusta es comer hierba. Dos horas después, me han devuelto a la mitad de Baloo; la otra mitad ha debido quedarse en el suelo de la peluquería. Como siempre, me ha costado reconocerlo.

He aquí la secuencia: Baloo nada más llegar a la playa esta mañana; Baloo después de revolcarse durante dos horas en la arena; Baloo recién salido del salón de belleza.
 
 Sí, estoy de acuerdo, está mil veces más guapo en su versión muppet que con su corte de pelo de menina, pero era una cuestión de higiene.

Aunque no lo parezca, no he venido aquí a hablar de mi perro, sino a ilustrar la locura colectiva de los vecinos del sur de California por sus mascotas. En realidad, la Barkery es, como su propio nombre indica,una pastelería canina cuyo mostrador está lleno de cupcakes, galletas, bizcochos y pastas especialmente horneadas para perros. Nótese el detalle de las pastas de San Valentín, por si hubiera algún chucho enamorado hasta las trancas del chiguagua del vecino. Por cierto que los dichosos cupcakes cuestan lo mismo (3,5 dólares) que los de consumo humano que venden en Sprinkles.
 
Luego, me he acercado hasta el pijísimo centro comercial de Fashion Island y me he dado una vuelta por la igualmente pija boutique canina Muttropolis, donde algunos collares tienen incrustados cristales de Swarovski y los modelitos incluyen vestidos para ellas y pajaritas para ellos. Todo muy tremendo.
 

 
No he sucumbido. Baloo sigue teniendo su correa roñosa de siempre. No parece importarle. Espero que mi momento Hilton solo haya sido cosa de un día. O de una oferta de Groupon. Más que nada porque lo de Hilton con sus perros es insuperable: les construyó una réplica de su mansión de Beverly Hills (muebles incluidos) con aire acondicionado, armarios para su ropa, camas de Louis Vuitton y lámparas de araña. El colmo de la estulticia, vamos.
 
Aún así, Baloo se ha merendado encantado su cupcake (de ternera). Y yo me pregunto: ¿Estaré malcriando al chucho?
 
 

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