martes, 22 de abril de 2014

Los perros no mienten

 
Los perros nunca abandonan a un sin techo, «con orejas que limpian el rocío, bocas como campanas» (Shakespeare). Ladran a los aún más caninos; pero no se merecen su Semana Santa, abandonados con el rabo entre las piernas por las autovías. Aunque no es todo crueldad: los más civilizados los dejan con canguros; además, han llegado a los palacios, donde había leones. Los presidentes en vez de besar niños, besan chuchos. Sunny y Bo son los reyes de la Casa Blanca. Zico y Gufa, los cóckers de Aznar. Los perros de Zapatero y el de Rajoy, les asesoran.
 
 
«Me gustan los perros, uno siempre sabe lo que están pensando. Son fieles y no dicen mentiras porque no hablan», piensa Christopher, de 15 años, autista, en la novela de Mark Haddon, El curioso incidente del perro a media noche. El chico dotado para las matemáticas -se sabe todos los números primos hasta el 7.507-, tiene una rata como mascota y descubre el cadáver de Wellington, el caniche de su vecina. La policía interroga al chico, lo encierran y después, para limpiar su nombre, averigua quién mató al perro y por qué. Una novela de crímenes y de matemáticas, narrada con letras y dibujos.
 
 
Ya se venden más los libros de perros que los de godos. Leonardo Padura publicó hace años El hombre que amaba a los perros; por sus páginas pasean dos borzois rusos de pelo violeta (con los que los zares cazaban lobos siberianos) junto a Ramón Mercader, al que le había dicho el propio León: «Stalin me quitó muchas cosas, hasta la posibilidad de tener perros. Cuando me expulsaron de Moscú tuve que dejar dos, y cuando me desterraron, quisieron que me fuera sin mi perra favorita». «Yo también amo a los perros -dice Mercader-. Cuando todo esto termine me gustaría tener dos o tres». «Búsquese un borzoi, son los más fieles e inteligentes del mundo». En ese momento, Mercader sacó el piolet y lo mató. Estuvo 20 años preso.
 
 
Cuando en La Habana paseaba con sus perros - Dax e Ix- contó a Iván: «En la cárcel leí a Trotski, todos sabían que yo lo había matado. Ellos mataban por cosas reales, porque su mujer les engañaba. Un día alguien me puso sobre la cama de la celda La revolución traicionada, luego Los crímenes de Stalin. Si antes de ir a México hubiera leído esos libros, creo que no lo habría matado. Fui una marioneta, un infeliz con fe».
 
 
La religión es un martirio, toda convicción una cárcel, el apolítico, un idiota. Quién fuera perro para no tener que mentir, ni creer, ni votar.
 

Fuente: http://www.elmundo.es/

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