jueves, 5 de febrero de 2015

Lo que sueñan los perros

 
Hace unos meses miraba dormir a mi perro (si hay alguna ventaja de un post operatorio es tener la posibilidad de bajar cuatro cambios y mirar lo que ocurre en casa a la velocidad de lo cotidiano) y comencé a notar que estaba soñando.

Era un sueño profundo, porque estaba quieto, en la misma posición, desde hacía una hora por lo menos. Y noté que soñaba porque sus patas se movían casi como un espasmo, un micro shock. Sus ojos hacían un movimiento similar, parpadeando inconstantes con una fuerza involuntaria.
Ambas extremidades, las del cuerpo y las de la mente, me recordaban a un corazón, un repiqueteo de pez en el agua de un lago, no sé por qué.

Pero lo que más me llamó la atención fue que en un momento comenzó a mover el rabo con una alegría similar a la que manifiesta cuando llego a mi casa tras un día de desaparición laboral. Esa explosión contenida en el encierro. 

Eso me llevó a preguntarme por el contenido de su sueño. Pero la línea del pensamiento no terminó allí. Comencé a reflexionar si no-sotros, los racionales, cuando soñamos, también somos así de felices. Si nos convertimos en una sonrisa inconsciente sobre una nube. 

Me puse a pensar si fuéramos capaces de trasladar esa alegría hacia afuera. Empujarla de la sombra hasta nuestros cuerpos para dar abrazos más cálidos. 

¿Y si tuviéramos esa habilidad? ¿Si pudiéramos sacar del aljibe de la mente esas ideas felices, “piterpanezcas”?

Somos un atado de advertencias. Una barricada de miedos. Una sopa de letras con las palabras-fideo hinchadas de agua que solo se reúnen cuando la causa es el llanto y no para recibir a la cucharada que nos libera. 

Los hombres y las mujeres hemos aprendido a estar en guardia todo el tiempo. Nos atrevemos a desconfiar de nuestros padres. Perdemos amigos, rompemos relaciones, renunciamos a trabajos -frustrados- que buscábamos alcanzar en nuestra época de estudiantes porque “ya no me siento cómodo” o porque “ya no me conforma”. Nos damos por vencidos. 

Y los perros duermen siguiendo -si nos tomamos el tiempo para observarlos- el camino de esa feliz inconsciencia que se vuelve real en cuanto abren los ojos y nos ven llegar por esa puerta que no los deja seguirnos a todas partes. 

Lo que sueñan los perros es -estoy convencido de ello- un espejo de lo que muestran cuando están despiertos (y todo esto es una forma de evitar la remanida “mientras más conozco a los hombres más quiero a mi perro”, me pregunto antes de terminar y ya me estoy arrepintiendo de escribirlo).
En fin. Qué distintos somos.

Fuente: http://www.losandes.com.ar/

 

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